jueves, 28 de noviembre de 2013

LAS MAGAS DE ALEJANDRO: La Tigresa

Una de las magas más espectaculares en el tránsito mexicano de Jodorowsky es Irma Serrano, la Tigresa, que en esos años había montado un espectáculo en el famoso teatro Fru-frú, donde todas las noches escenificaba Nana, ante un público escandaloso que le gritaba ¡pelos! De ella se decía que era amante del presidente Gustavo Díaz Ordaz, a quien en su círculo de guardaespaldas y chulos, se le apodaba El califa. La Tigresa manda llamar a Jodorowsky con unos amigos: dice que le gustas y te quiere conocer. Llega el autor a su camerino, que era igual que entrar en la jaula de una fiera. A una mujer así bastaba verla un segundo para no olvidarla nunca. La mirada carnicera de sus grandes ojos parecía desprovista de piedad. Una abundante melena negra encuadraba un rostro de muchacha pueblerina, convertido, por hábiles operaciones quirúrgicas, en el de una princesa azteca. Incluso sus dientes estaban limados para, sin esquinas angulares, hacerlos parecer diminutos cuchillos. Dos senos inflados por la silicona torturaban una bata semitransparente, sus piernas, mucho más abultadas de lo normal, descansaban sobre la mesa del tocador. ¿Qué decir de su voz? Cada una de sus palabras navegaba en un sordo gruñido. En cualquier momento sus frases podían convertirse en puñaladas.
La experiencia con la Tigresa es hilarante (para el lector) y atroz para el artista. Ella saca una botella de mezcal (vamos a ver si eres macho) y le ordena beber a su ritmo, vaso tras vaso, hasta consumirla. Luego, pone otra botella, llena. Completamente borracha cayó hacia atrás. De espaldas, con las piernas abiertas, mostrándome la oscura boca que todos los mexicanos deseaban ver, me dijo: sumérgete en mi pozo. Pero te advierto que no tiene fondo.
Ebrios salen del teatro, suben a una limusina que los lleva a una amplia construcción de cemento que imitaba un castillo medieval. Ella lo conduce a través de su castillo hasta su dormitorio, un lecho redondo, con sábanas de seda color sangre. Me encontré tendido en el círculo sedoso junto a la Tigresa desnuda, inmóvil, como muerta. Traté de excitarla recorriendo con mis manos húmedas su cuerpo liso y frío. No tuve la sensación de tocar carne. Sus senos, piernas, glúteos eran duros, como de mármol. Tal pasividad desintegró mis ilusiones eróticas. En escasos segundos, mi falo se hizo pene.
La Tigresa le dice que él tiene que hacerlo todo, aunque él alega que colabore. ¡Si no se te levanta, llamaré a los periódicos y todo México sabrá que eres impotente!. Con esfuerzo el autor trepa sobre la estatua y ayudado por la saliva comencé a penetrar en su indiferente vagina. Ella me detuvo. Calma, artista. Ya me demostraste que puedes, y lo más importante, también te lo demostraste a ti mismo. Eso basta. Tu esperma no lo necesito. Prefiero que me des tu talento. Con esto hemos firmado un contrato. Vamos a trabajar juntos, tengo un gran proyecto.
Jodorowsky piensa: Tenían razón los ciudadanos al colocarla, en la escala de la popularidad, junto a la Virgen morena, porque esa mujer, en espíritu, era de una pureza impenetrable.
Y luego viene una gran farsa, pues acuerdan aparecer ante la prensa como amantes, y a esto se presta la esposa del artista, Valerie, pues era la publicidad preliminar para lanzar Lucrecia Borgia. Sin embargo los arrebatos de la Tigresa, al no asistir ni a los ensayos, hacen imposible la colaboración, viene un lío legal por los derechos de la obra y la ANDA falla salomónicamente: que ambos presenten sus versiones y el público decida: resultado, Jodorowsky dura un mes y medio en cartelera, mientras la Tigresa, que se desnuda por completo, gana un montón de dinero. Finalmente, tomando un café como amigos ella le dijo: Fue un buen escándalo. Gracias a la guerra que me diste, he ganado una fortuna. Permite que te haga un regalo, y le colocó un anillo de oro adornado con una calavera. ¿Otra boda espiritual, como la de Pachita? Cuando llegué a mi casa, por más que lo intenté, no pude quitarme el anillo del dedo. Sentí, cuando acariciaba el cuerpo de mi mujer, que la calavera dorada emitía efluvios nocivos. Acude entonces con su maestro Takata que sonriendo, me lo quitó del dedo sin hacer el menor esfuerzo. Cesó el dolor de mi brazo.
En sus meditaciones con el monje se plantea el siguiente koan: Un monje pregunta:
La nieve cubre mil colinas, pero ¿por qué sólo el pico más alto no está blanco?
Otro monje contesta: Deberías conocer la más absurda de las absurdidades. El primer monje pregunta: ¿Cuál es la más absurda de las absurdidades?. El monje segundo dice: ¡Ser de un color diferente al de las demás colinas! Conclusión: ¡Conviértete en colina!
Comprende entonces Jodorowsky que la Tigresa, con sus zarpasos, me había dado una importante lección. Al aceptar colaborar conmigo debí, dejando del lado mi vanidad de director, incorporarla a la obra sin tratar de cambiar su manera de ser. Entre los dos, ambos cubiertos de nieve, hubiéramos obtenido una Lucrecia admirable. La actriz no trataba de ser diferente de su público, yo en cambio, sintiendo que mi arte era superior, desligándome de los espectadores, por considerarlos vulgares, los perdí.
El autor teje relaciones luminosas entre sus experiencias con brujas y las formas sutiles de la enseñanza zen.


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