viernes, 4 de julio de 2014

Anatomía De La Pareja

Una pareja de turistas enamorados se halla en un cerro de Valparaíso. La noche es clara y a sus pies se despliega la magnífica bahía, con su agua oscura y el gran arco formado por las luces de la ciudad.
-¡Mira, querido, todas esas luces! -exclama la joven mujer-: son otras tantas personas que viven, aman, comen, duermen, sueñan...
-Pues... -interviene su acompañante- yo creí que todos esos pequeños puntos luminosos eran simplemente luces.

Dos personas observan la misma realidad, pero hacen de ella dos lecturas diferentes. La percepción del hombre es menos poética que la de la mujer. Pero no es importante que el mundo sea más banal para él. Lo que importa es que su visión no sea la de ella. En lugar de ponerse a discutir sobre ello o de convertir el asunto en una cuestión de «no dar su brazo a torcer», es bueno que ambos compartan sus visiones, enriqueciéndose mutuamente.
La relación amorosa no tiene por finalidad una visión común, sino una «creación» común. Se trata del lugar donde deberían compartirse visiones diferentes. Los sabios del Talmud comentan en grupo sus interpretaciones de la Torá. Nadie discute ni contradice al otro. Simplemente exponen lo que tienen que decir -a menudo dando versiones opuestas- y dejan que Dios decida.

Un filósofo y un poeta caminan juntos. De pronto el filósofo, mirando hacia el suelo, dice:
-¡Mira, un pájaro muerto! El poeta exclama, mirando hacia el cielo: 
-¿Dónde? ¿Dónde?

Todos tenemos derecho a pensar lo que queramos, pero no deberíamos enfrentamos a los demás para afirmar nuestra visión como medida del mundo. Una pareja armoniosa es un dúo que comparte sus diferencias y en el que ninguno de los dos es tan hipócrita como para desempeñar un papel según el cual es semejante al otro en todos los aspectos.

«jVaya! ¡Así es el mundo!», afirma el varón. «¡Oh, querido mío, tienes toda la razón!», asiente la mujer. Aunque piense la contrario, para vivir con este hombre vanidoso, ella lo imita y cae en la trampa del «parecer». O viceversa. Ambos, más que por auténtico amor, se han unido por necesidad de protección. Han formado una simbiosis.
Una larva indefensa encuentra una concha vacía, y como vive en un medio hostil se guarece en ese caparazón. La concha «protege» a la larva y la larva la hace «vivir». No es una relación de larva a larva ni de concha a concha. No es una pareja, sino una colaboración, para bien o para mal (más bien para mal), entre dos soledades.

Un matrimonio sale de vacaciones. Cinco minutos después de que el avión haya despegado, la mujer lanza un grito:
-¡Dios mío! Dejé la plancha enchufada... 
-Cálmate -le dice su marido-, no habrá ningún incendio: yo me olvidé de cerrar el grifo de la bañera...

Una mujer y un hombre, que no han desarrollado su Yo superior o quintaesencia y que viven soportando la continua disputa entre sus cuatro egos, se conocen casualmente. Se sienten atraídos el uno por el otro. Forman lo que ellos creen que es una pareja. Al principio, ambos fingen ser lo que el otro quiere que sea, para hacerse mutuamente agradables. Pero hay un momento en el que perciben sus diferencias e, incapaces de tolerarlas, sobreviene la catástrofe. ¿Qué es lo que en
verdad ha pasado? Han buscado en el otro completar lo que les faltaba. Por ejemplo: él muestra una gran astucia intelectual y una sexualidad vigorosa, pero en la expresión de sus emociones está atascado, siente su corazón encerrado en un cofre de hierro; además, lo aqueja un complejo de inferioridad corporal, y no sabe manejar su vida cotidiana. Ella, por el contrario, se siente bella, puede fácilmente organizar la vida diaria y maneja muy bien sus emociones. Pero es frígida y padece un complejo de inferioridad intelectual. Así, uniendo sus egos realizados (él, el intelectual y el libidinal; ella, el material y el emocional) se complementan. Pero al poner en contacto sus complejos (él, de inferioridad física y emocional; ella, de inferioridad sexual e intelectual) entran en graves conflictos. Comienzan llenos de esperanza diciéndose a sí mismos: «Soy tonta y él es inteligente. Me haré eco y sombra de sus pensamientos. Repitiendo cuanto él dice lograré ser respetada» y «Es frígida. Me conviene, porque nadie antes que yo le ha proporcionado placer. Con mi potencia sexual, la curaré». Así se forman las parejas, presas en sus yoes personales: vacíos que se unen a llenos, llenos que se unen a vacíos. De esta manera nunca obtienen una satisfacción completa. Siempre deben completar algo del otro y esperar que el otro complete algo de ellos. El sitio que ocupan no es para dos, sino para uno. Yo no tuve padre: tú serás mi padre. «Yo no tuve madre: tú serás mi madre... Yo sé ver, seré tus ojos. Yo sé oír, seré tus oídos... No tienes sentido de la orientación, yo te guiaré. Eres desorganizado, yo te enseñaré a ordenar...» Ante esta clase de parejas se presentan tres posibilidades:

1. Pueden continuar así durante años sin cambiar nunca. Es una situación de compromiso: «¿Yo soy yo? ¿Tú eres tú?». Viven en un purgatorio, ocultando sus dudas, su insatisfacción, fingiendo ante ellos mismos, la familia y el mundo que están completamente satisfechos. Se aburrirán, se inventarán enfermedades, criarán hijos mediocres condenados a la frustración. Nunca se comunicarán totalmente.
Un gran actor coincide con una célebre actriz. Él le habla de él. Ella le habla de ella. Cada uno de ellos se enamora de sí mismo, y anuncian en la prensa que se casan por amor.

2. No pretenden cambiar, tampoco se esfuerzan en disimular su disgusto. Sacan a relucir sus rabias, sus depresiones, su insoportable insatisfacción. Con el tiempo sus defectos se agravan. Se faltan continuamente al respeto. Se acusan el uno al otro de ser el causante de tal infierno, sin ceder nunca. Discuten por un milímetro de espacio, por ver quién se apodera de la televisión, porque tal o cual palabra les parece un insulto, porque uno ronca y el otro no para de peerse. Llegarán a golpearse.

Un hombre, con un ojo amoratado y la nariz tumefacta, se encuentra con un amigo.
-¿Qué te ha pasado? 
-¡Me he batido por la honra de una mujer! 
-¿Por la honra de una mujer? 
-¡Sí, ella quería conservada!

3. Al emprender una terapia, ambos deben comunicarse en primer lugar entre ellos y, más tarde, deshacer sus lazos neuróticos, aceptar la libertad del otro... Buscando el amor consciente, han de trabajar poco a poco para unir los lenguajes diferentes de sus cuatro egos y despertar el Yo superior. Dejar de ser la unión de dos seres sedientos para convertirse en la de dos seres plenos. Un ser sólo puede considerarse pleno cuando ha clarificado la relación que sus acciones, deseos, sentimientos e ideas mantienen con su Dios interior. Hay un proverbio vudú cubano que dice: «Un perro tiene cuatro patas pero no puede tomar más que un solo camino». Toda pareja que no ha desarrollado un buen nivel de Consciencia termina chocando. Cada uno de sus cuatro egos produce un tipo de conflicto diferente, como si cada pata del perro quisiera tomar una vía distinta. Nunca logran confiar el uno en el otro.

Mulá Nasrudín visita a un amigo. Éste le pregunta:
-¿Qué haces ahora? 
-Me ocupo de la felicidad de mi mujer. 
-¡Ah, muy bien! ¿Y cómo te ocupas de eso? 
-Hago que la siga un detective cuando acude a ver a su amante. 



∼✻∼
Consejos de Alejandro Jodorowsky, en Cabaret Místico” 
Imagen: Marty Seefeldt

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