martes, 9 de septiembre de 2014

La Honestidad Como Valor Fundamental De La Sociedad

“Para alcanzar la honestidad, juzga a los otros independientemente de tus intereses personales”.
— Alejandro Jodorowsky 

La honestidad se lleva, se desarrolla y se vigila dentro de uno mismo. El mundo de las sociedades avanzadas es una gran mentira, una completa farsa, como ya dijo Eric Fromm en 1955 con su “Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea”. Si por lo que sea elegimos quedarnos en alguna de estas sociedades que infectan el 98% del planeta humano, en lugar de experimentar la vida natural en alguna remota tribu de las que por ejemplo describe Clarisa Pínkola Estés en su impagable “Mujeres que Corren con los Lobos”, entonces debemos comportarnos acorde con las circunstancias si no queremos hacernos pasar por nuevas encarnaciones de Jesucristo. El punto, a mi juicio, está en conservar y vigilar nuestra propia honestidad de conciencia de la que solo hemos de rendir cuenta a nosotros mismos y a nadie más. Obviamente esto requiere una permanente auto-observación muy crítica (una meditación permanente, que diría Swami Vivekananda) para deslindar hasta qué punto hemos de actuar como nos exige el mundo o por tanto evitar dosis de mentira blanca, piadosa o de cualquier otro tipo (llamada diplomacia, sentido comercial, disimulo, escape, etc.) innecesarias. Se trata de mantener una alerta permanente y un análisis pre y posterior a nuestros actos para ir viendo los niveles de deshonestidad que admitimos hacia afuera, ya que no admitimos ninguno hacia adentro.

Los políticos no mienten mucho más que cualquiera de nosotros situados ante una situación extrema o simplemente bajo presión, que es con lo que se encuentran a todas horas del día, esto es algo que hay que interiorizar y ser sinceros con nosotros mismos de una vez por todas. Es una inútil pérdida de tiempo transferir a otros el análisis que hemos de hacer para con nosotros mismos. Y, como rezan los antiquísimos proverbios sufís, al final, de lo único que deberíamos arrepentirnos es de haber perdido el tiempo.

Puestos a exponer casos extremos, recuerdo una vez, hará de eso unos 35 años, en que si hubiera sido necesario hubiera recurrido al homicidio sin pestañear. Unos obreros de mi ex cuñado de mi primer matrimonio acudieron por la noche a la casa de campo donde veraneábamos a ajustarle las cuentas por estafa y conducta extremadamente cruel. Eran cuatro buenos chicos, unos más exaltados que otros, pero estaban desesperados porque aquel ex-pariente los había dejado en la calle sin indemnización y encima se paseaba por el pueblo delante de sus narices en uno de sus coches de altísima gama. No estaba él en la casa, pero sí mis hijos y su madre. Yo salí a recibirlos diciendo a mi ex esposa que cerrara con llave y no abriera en ninguna circunstancia. Eran los tiempos en que yo practicaba artes marciales con espada. Ajusté al cinturón a mi espalda bajo la sudadera una daga ritual (que igual que la katana jamás he usado, ya que las clases siempre se hicieron con armas de madera) con la que me sentía seguro de poder usar con los recién llegados hasta donde fuera necesario, incluso al puro y simple homicidio. Sin embargo, a pesar de que uno de ellos amenazó varias veces con sacar su navaja toledana, todo se resolvió en una larguísima conversación en la que naturalmente yo me puse de su parte, especialmente porque así lo sentía, maldiciendo la absoluta falta de escrúpulos de mi pariente. Terminamos despidiéndolos con un cálido abrazo de colegas, pero yo me los quedé mirando cómo se alejaban en sus motocicletas e instintivamente llevé mi mano a la empuñadura de la daga, inquieto conmigo mismo por si hubiera tenido que usarla. Durante mucho tiempo (y hasta la fecha) lo tuve muy claro: si me hubieren obligado no habría dudado un instante, por más simpatía que sentía por aquellos chicos, pero antes era la defensa de mi familia. Algunas veces la vida te pone a prueba en situaciones límite que has de resolver con soluciones límite. Es lo que en artes marciales se entiende por la acción directa con ira pero sin odio.

La vida me ha puesto bastantes veces en situaciones límite, pero solo con la palabra como arma de defensa, y como la mejor defensa es un ataque trato de detectar en mi conciencia cual es el nivel de mentira que debo usar en cada agresión para salir del apuro, pero sin exagerar innecesariamente. Me he enfrentado a dos procesos judiciales por divorcio, al cual más amargo y kafkiano, a diferentes conflictos empresariales tanto en calidad de directivo como de empleado, y en fin, a la cotidianeidad de la gestión comercial, por no decir de las consecuencias del contradictorio acervo cultural en mi consulta como astrólogo. Y, como desde luego no tengo madera de Jesucristo, ni de héroe de leyenda, ni de ermitaño, y prefiero seguir protegiendo y alimentando a mi familia dentro de este esquizofrénico planeta humano como diría Fromm, y mi humilde servidor también, no tengo más remedio que seguir haciendo ese ejercicio interior de evaluar las respuestas al mundo exterior para no exagerar la diferencia entre lo que pienso y lo que he de decir.

Juan Trigo



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Imagen: The community power by Ahmet & Cahit Gurel 
Montaje de Imagen: Manny Jaef 
@alejodorowsky en Twitter

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