miércoles, 5 de noviembre de 2014

Niveles De Vida (Capítulo Sólo Para Mutantes) {2. Renuncia}


La mosca comprende que los deseos carnívoros de la araña se deben en realidad a una esencial necesidad de energía y, perdiendo el miedo, acepta sacrificarse. La araña, aprendiendo a ponerse en el lugar de la mosca, decide renunciar a la caza, aunque eso la haga morir de hambre.

En un momento dado, convertidos en individuos persistentes y sin nada auténtico, no soportando ya más el tedio ni la angustia, comprendemos que sólo podremos llegar a ser nosotros mismos si nos detenemos. Para ello, nos convertimos en espectadores de lo que hemos creído ser. Nos damos cuenta de la cantidad de energía que estamos derrochando en todo tipo de obligaciones creadas, trabajando en lo que no nos gusta, con horarios que nos despojan de la libertad, con jefes que odiamos o despreciamos, colaborando en la fabricación o en la venta de medicinas y alimentos que dañan la salud, sacrificándonos por una familia que nunca debimos crear... Entonces, comenzamos a sentir que estamos dominados por deseos parásitos, al creer que teniendo a tal persona o tal objeto o tal cantidad de dinero eso nos dará felicidad. Vamos de fiesta en fiesta, de vicio en vicio sin sentimos nunca satisfechos, torturados por rencores, por ideales inalcanzables, por tontas esperanzas. Algo en el fondo nos dice que es un engaño el creer que somos amados; y paladeando nuestro inmenso egoísmo, vemos de pronto el de los demás, nos sentimos abandonados, sin valores, acosados por innumerables miedos, principalmente por ese que nos dice que de golpe vamos a perderlo todo. Con disgusto, observamos el desfile de ideas locas que rellenan nuestra mente.
«Estoy cansado de definirme por medio de una profesión. Soy algo más que una etiqueta, que un diploma. Estoy cansado de las miradas que me inmovilizan y me empujan a situaciones que no son las mías. Estoy cansado de gastar mi energía en ganar mucho dinero. Por lo tanto, debo reducir mis actividades para llegar a mis verdaderas necesidades, haciendo exactamente lo que debo y quiero hacer, y no más. Nunca más me incrustaré en una oficina, en un matrimonio o en una casa que puedan convertirse en una cárcel».

Este nivel de vida puede ser comparado con una oruga, que da origen a una mariposa. Nos aislamos, nos encerramos en nosotros mismos. Luchando contra la cobardía, nos enfrentamos a nuestros sufrimientos, los desenterramos del inconsciente y, en lugar de huir de ellos, nos esforzamos por dejar de querer obtener lo imposible, lo que nunca nos dieron. Aprendemos a ser nuestra propia madre y nuestro propio padre, avanzamos hacia lo más profundo de nosotros hasta sentir el ignoto centro vital y aceptar bañamos en su manantial de amor: nos damos cuenta de que no habíamos amado porque no sabíamos amarnos. Entonces, nos encerramos el tiempo que sea necesario. Luchamos por zafamos de cualquier hábito, de cualquier repetición maniática. Cortamos los lazos que nos atan al pasado y también dejamos de proyectarnos en el futuro: pasamos a aceptar lo que somos en el instante.
Así lo ilustra un koan zen:

Un discípulo dice al Maestro:
-Soy una persona estúpida. Floto, me ahogo, floto, me ahogo, floto, me ahogo... ¿Cuándo me liberaré de este doloroso mundo? Flotar, ahogarse, flotar... ¡Qué difícil es vivir! 
El Maestro no responde nada. El discípulo lo mira largo rato, espera y por fin le dice: 
-¡Maestro! ¿Acaso no estoy aquí, frente a usted, preguntándole una cosa? 
-¿Dónde estás ahora? ¿Flotando o ahogándote?

Si el discípulo, dejando de pensar si flota o se ahoga, o que sobrevive con dificultad o que le va muy mal, se comunicara realmente con el maestro, dejaría de tener problemas. Son problemas ilusorios: ni se está ahogando ni está flotando, es un diamante frente a otro diamante, es un Buda frente a otro, una perfección frente a otra. La diferencia entre ellos es que el maestro es consciente de que el ser humano es una obra milagrosa, y el discípulo no. Éste, en lugar de identificarse con su Yo esencial, se sumerge en los límites de su Yo personal. Cree que la realización se encuentra en el futuro. Se inventa una enorme angustia que no le permite entrar en el presente... Por eso el Maestro no le responde. Si el discípulo dice que está ahogándose y flotando sucesivamente, no está en la realidad sino en su mundo mental. En cambio, el Maestro está en la realidad, presente. Y ahí no hay nada que permita ahogarse o flotar. Ni océano, ni agua, ni angustia. Sólo paz.

Convertido en oruga, aislado en sí mismo, el buscador de la Verdad se dice: «Dios interior mío, he pasado gran parte de mi vida sin verte, sin quererte conocer, sin satisfacerte, maltratándote con mi negación. En lugar de desarrollar un árbol frondoso, encarcelé tu semilla. Ahora quiero encontrarte. Voy a desprenderme de máscaras y disfraces y aceptaré ser lo que soy. Abandonaré mi constante invención de proyectos para dedicarme sólo a eliminar obstáculos. Todo lo que seré, en potencia ya lo soy. Y eso que soy eres tú, Esencia mía. Guíame, soy de ti, tengo confianza en ti, eres mi felicidad». y entonces, el buscador, demoliendo los muros intelectuales, imagina lo que el Dios interior puede decirle: «¡Por fin has dejado de hablar en nombre de alguno de tus egos y te has decidido a imaginar que existo! Más aún, te has permitido darme la palabra, oír lo que puedo pensar aunque pensar no sea una actividad propia de mi ser, ya que no necesito cerebro y mucho menos un cuerpo. Pero aceptemos que la palabra es mi forma actual de manifestación y veamos desde mi eternidad e infinitud qué es eso que tú quieres llamar realidad.
Antes que nada debo decirte que no esperes de mí ni un sentimiento ni un deseo ni una necesidad, son reacciones que se dan en un nivel que no me corresponde. Tampoco busques en mí impureza alguna: soy lo que soy en toda la manifestación de mi ser, no puedo ser juzgado en términos de espacio y tiempo. Para hablar contigo debo adaptarme a tus límites (ya pronunciar una palabra es mentir) y darte la energía suficiente para que abras el capullo en que te has envuelto, entregado a la transformación que significa salir de la imagen de ti mismo y ponerte en mi lugar, es decir, aceptar hablar en nombre de tu potencia superior. No es un simple juego. En todo momento puedes hacerlo. Aprende en las situaciones difíciles a ponerte en mi lugar. No eres tú quien dice humildemente “Soy de ti, tengo confianza en ti, eres mi felicidad”. Escucha el inmenso amor con que me entrego a ti, porque soy de ti. Siente la ilimitada fe con que sostengo tu realización, porque tengo confianza en ti. Tu realización es mi felicidad. Aceptarme no es desaparecer, es integrarte en la unidad creadora. Si tratas de definirme caes en la trampa de la razón. Impensable, no soy ni el Cuerpo, ni el Alma, ni el Espíritu. No soy el oído, ni el gusto, ni el olfato, ni la vista, ni el tacto. No soy el agua, ni la tierra, ni el fuego, ni el aire. No soy el soplo vital ni ninguna parte de tu organismo. No siento aversión, ni atracción, ni avidez, ni confusión. No siento orgullo ni envidia. No tengo obligaciones, ni intereses, ni deseos, ni necesidades de liberación. Para mí no existen ni las buenas acciones, ni los pecados, ni el placer, ni el sufrimiento. Tampoco existen las plegarias, ni los lugares santos, ni las escrituras sagradas, ni los ritos. No soy el goce, ni el objeto ni el agente del goce. No conozco la muerte, ni la duda, ni las discriminaciones. Sin padre ni madre, nunca he nacido. No tengo amigos, ni parientes, ni maestros, ni discípulos. Soy sin determinante y sin forma. Omnipresente, no conozco ni la liberación ni la servidumbre. Sólo soy Felicidad pura».

Una madre está muy preocupada porque su hijo Abraham no ha regresado del colegio. Lleva ya media hora de retraso. Por fin, aparece. Su madre le dice:
-¿Por qué llegas con media hora de retraso? ¿Es que el rabino te ha dado una clase de hebreo más larga? 
-No, no fue eso. En la calle me entretuvo una señora que había perdido una moneda. 
-Ah, ahora comprendo... Eres tan bueno que te quedaste media hora ayudándola a encontrar su dinero. 
-No fue así. Me quedé inmóvil durante media hora. Esperé que ella se cansase y se fuera, porque la moneda la tenía yo bajo mi pie.

Esa moneda puede simbolizar la unidad. El niño (nuestro Yo superior) pone su pie (su atención) en la moneda (la unidad) y se queda inmóvil (medita). Suceda lo que suceda, estamos ahí (en el presente) esperando a que la dama (los obstáculos del deseo) desaparezca. Estamos concentrados en nosotros mismos, sin ceder, sin desalentarnos. Cuando aquello que no somos se ha esfumado, cosechamos nuestra riqueza interior.

Continuará...

∼✻∼
Consejos de Alejandro Jodorowsky, en Cabaret Místico” 

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