viernes, 24 de abril de 2015

Curso Acelerado De Creatividad: Historia Del Imaginario. Alejandro Jodorowsky

El ser humano, desde el punto de vista histórico, comenzó por vivir encerrado en lo que era, en sí mismo. Después se dio cuenta de que podía dejar entrar dentro de sí elementos que no estaban en él, sino fuera de su cuerpo. ¡Nos pusieron en la naturaleza, y resulta que la naturaleza somos nosotros! Al prin­cipio, sin embargo, el mundo nos resultaba ajeno.

Por ejemplo, supongamos que soy un salvaje: sé que el mundo no soy yo, pero me doy cuenta de que hay árboles, vegetación, flores, musgo... Por medio de la brujería, un día in­corporo el árbol a mi persona. Creo un tótem vegetal. Estoy unido al árbol, al tótem. Cuando se planta un árbol, ese árbol soy yo; cuando se corta su tronco, yo muero. Cuando muero, depositan en mi boca semillas, y de ella crece otro árbol mara­villoso. De mi cadáver surge un árbol, luego soy una semilla. Incorporando los árboles, comienzo a labrar la tierra, porque me identifico con las plantas. Lo que está en la base de mi ima­ginación es el mundo vegetal, y esto se ha transmitido hasta hoy puesto que los fitoterapeutas utilizan las plantas para cu­rar. Hay que entrar en el espíritu de las plantas, pero a la in­versa, abriendo una puerta para que el espíritu de las plantas penetre en mí. Hasta que el espíritu de las plantas no haya pe­netrado en mí, no seré creativo.

Allí donde se termina el espíritu de las plantas está el Om Mani Padme Hum, o el diamante en el loto. Aquí se concentra toda la religión tibetana. Del pantano sale un loto en el que crece Buda- Toda la religión egipcia o budista se asienta en la incorporación de una planta. Porque ésta se abre al sol, ex­pande su perfume, se hace dios. Yo soy una planta que crece del lodo, que crece de mi inconsciente; crezco de la concien­cia, del conocimiento, y de mí sale el Ser de Luz. Todo esto tie­ne un remoto origen. La planta que incorporé en mí ha abier­to mis puertas. Hay un koan zen que dice: «Puerta abierta al norte, puerta abierta al sur, puerta abierta al este, puerta abier­ta al oeste»- Es la respuesta a lo que es el Buda. No se com­prende lo que eso quiere decir, pero al menos se comprende que algo se abre. La persona que no está iniciada en la creati­vidad se dedica a buscar, pero le va a costar mucho abrirse. Pa­ra ser creativo, hay que soltarse. Y así se entra en el zen, por­que la divisa esencial del zen es soltar amarras, liberarse.

Cuando la humanidad prosigue su avance, el hombre deja entrar al animal en él. Absorbe al animal: los insectos, las ra­nas, los tigres, los leones, los leopardos, las arañas... o sea, el tó­tem animal- Del tótem animal nacerán todos los dioses: Apolo es una rana, por ejemplo. En muchas culturas se lucen máscaras animales, de leopardos en México, de cocodrilos en África, e incluso el zodíaco está simbolizado por figuras de animal y aún hoy en día perdura la incorporación del tótem animal a nuestra vida cotidiana: utilizamos expresiones como «ser un rapaz» o «hacer la guerra como depredadores». Hemos incorporado al animal en nosotros.

Así es como al principio el ser humano produjo su creativi­dad. De cada cosa que incorpora, hace un dios. Con cada di­mensión incorporada, crece nuestro ser. Después de incorpo­rar al animal, el hombre se hace cazador; puede criar vacas, corderos... Si incorpora un tigre, puede cazar un tigre; si in­troduce un elefante, puede domar un elefante. De ahí proce­de el dios Ganesha en la India, con su cabeza de elefante. Pa­ra la cultura india la araña es Maya, la que teje el universo; y este universo es un sueño, un sueño tejido en forma de telara­ña. En el tarot podemos ver que el arcano 8 es la Justicia, y la Justicia es una descendiente de la araña. Todo ocho desciende de la araña: las ocho patas, el símbolo de infinito y otras refe­rencias.

Pero hay que ir más lejos. El hombre contempla los movi­mientos de la luna, los movimientos del sol; mirando las es­trellas incorpora los ritmos del cosmos. De ahí nacen la ley, la realeza; toda la organización de la sociedad nace de la incor­poración del ritmo cósmico. Por ejemplo, había un rey que en noches de luna llena hacía regalos a su pueblo y cuando la lu­na desaparecía era depuesto. Seguían la conducta de la luna. Se piensa por ciclos. La inclusión de los astros en la organiza­ción social persiste todavía. Somos regidos por un presidente, que simboliza el Sol, y por la mujer del presidente, que sim­boliza la Luna. El Papa es un símbolo solar; la Papisa es un sím­bolo lunar. La asimilación de los ritmos cósmicos es importan­te para nosotros. La iluminación se hace con referencia a esos ciclos. Se dice: «Voy a iluminarme, voy a convertirme en sol». Y brillamos como el sol. Es decir, que nuestro fin supremo es convertirnos en Sol (Amon-Ra), porque la luna refleja la luz del sol. Lo que significa que el yo tiene que ser como la luna, así de humilde, para reflejar en su totalidad la luz del sol. Cuando al sol se le dio una significación masculina, nuestra so­ciedad empezó a degenerar. En Alemania hay vestigios de una antigua civilización en la que la luna era masculina y el sol fe­menino. Son restos de una sociedad matriarcal en la que con­vertirse en sol significaba convertirse en mujer. Hoy significa­ría convertirse en hombre, inconscientemente hablando. Todo esto no quiere decir que debamos entender el sol como una representación papal o de otro tipo. En el fondo el sol es una especie de andrógino esencial.

Ya en el Siglo de las Luces, el hombre decide ser intelectual, puramente intelectual. Y la mecánica comienza a producir los aparatos: los motores a gas, los mecanismos o las máquinas que funcionan con energía manual, como los relojes. Y el hombre incorpora las máquinas. ¡Se imita la conducta de las máquinas! Ha llegado el pensamiento racional. Incluso aún hoy se tienen trazas de ese racionalismo del Siglo de las Luces. Cuando voy con un francés al cine, dice: «Pero eso no es lógico, no es po­sible». Si vamos a ver El resplandor, la película de Kubrick, cuan­do el protagonista se encierra y de pronto sale con un hacha, decimos: «Eso no es posible, no es lógico, ¿quién le ha abierto la puerta?». Como no nos parece posible, no parece aceptable. ¡Todo lo que no es lógico no nos vale! Esto que pongo como ejemplo trasluce la introducción de la máquina en nuestro imaginario, porque las máquinas son absoluta y totalmente ló­gicas. Tienen una finalidad muy clara, luego el hombre tiene que tener una finalidad nítida. El budismo, por el contrario, busca la iluminación sin finalidad. Estamos marcados por el ra­cionalismo. Ser racional es bueno, pero ser solamente racional es una lepra, es una peste, una enfermedad. Cuando la sexua­lidad tomó el camino de la racionalidad a través de la religión, por ejemplo, se produjo una catástrofe. Se creó una moral ra­cional que se ha extendido a toda la sociedad, y que es pro­fundamente destructiva. Al incorporar la racionalidad al sexo se crea un problema, que nos ha conducido más tarde, preci­samente, a romper la racionalidad.

Como reacción a esa enfermedad aparecieron Freud y los surrealistas. El surrealismo fue muy importante porque co­menzamos a identificarnos con los sueños, recuperamos el rei­no de los sueños, en tanto que es una parte de nosotros. An­tes, en Grecia, el sueño era de los dioses, no era para los humanos. Pero al incorporar el sueño, yo soy eso que sueño.

Todavía un paso más. Ahora, en el siglo XXI, tenemos orde­nadores. Ello supone un cambio total de nuestra mentalidad, porque en diez años hemos asumido todos los sistemas de la informática. Ahora una casa se puede mirar desde todos los la­dos. Sabes, con tu imaginario, que puedes entrar por la ventana, visitar un apartamento y salir. Podemos mirar a una perso­na con la mente, ir por todas sus venas y todo su cuerpo para llegar al lugar elegido. Quiero decir que se comienza a tener una actitud de ordenador. Ésa es la mutación que estamos su­friendo en estos momentos. Procesamos los datos de manera diferente. ¿Qué vendrá después? Bueno, he hecho un breve re­corrido histórico del imaginario.

Lo que quiero explicar es que, si miro mis zapatos, que son de una época racional, veo lo vegetal, zapatos como raíces. Veo lo animal, zapatos como cuero, la materia de la que están he­chos. Y también puedo vislumbrar adonde me llevan, los zapa­tos como objeto, y eso es racional. ¡Surrealista: veo que toda mi infancia está ahí dentro! Y en la época actual, los zapatos pue­den ser rojos, pueden ser verdes, amarillos; puedo cambiarles el color, puedo cambiar la forma; hay diez millones de zapatos que puedo tener en los pies enseguida. Soy libre para salir de mi prisión mental.

Alejandro Jodorowsky


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