domingo, 5 de julio de 2015

El Niño Terrible Del Surrealismo


Por Daniel M. Alarco

Una vida sumergida en la excentricidad, y en la búsqueda de los límites.

1933. Un joven llamado Julio pasea por el centro de Buenos Aires y entra a una librería. Entre los libros que compartían lugar en una repisa ve la obra de un tal Jean Cocteau, Opio —el título—, Diario de una desintoxicación. Lo compró, se metió a un café, cuatro de la tarde. A las siete seguía leyéndolo fascinado. Con este libro, Julio, de diecinueve años, conoció —como él mismo diría después— un mundo que se le había escapado completamente, Picasso, el surrealismo, el cubismo, Raymond Roussel, Buñuel. Cada página, los dibujos extravagantes, las anotaciones, las frases, cada cuestión jalada de los pelos, cada revelación que emergía sin aparente conexión con la anterior, cada paisaje literario que se pintaba con base en lo absurdo, marcarían por siempre a Julio, un chico que 30 años después escribiría, publicaría y conmocionaría al mundo con una de las primeras obras surrealistas de la literatura argentina: Rayuela.

El autor francés de aquel diario había escrito y dibujado desde la abstracción de la desintoxicación de “la flor maldita”, la droga de moda. El exceso parecía algo natural en Jean Cocteau. La demasía de talento, también. Prodigio, con solo 20 años publicaría su primer poemario La lampe d'Aladin (1909). El boca a boca —la red social de la época— lo llevaría al nacido en una familia adinerada a codearse con los más grandes exponentes del círculo artístico europeo, con escritores como Marcel Proust y Max Jacob, pintores como Pablo Picasso y Francis Picabia, músicos como Ígor Stravinsky y Erik Satie.

El punto de quiebre en su carrera artística, su evolución, lo previo al clímax, se dio cuando conoció a Raymond Radiguet, de quien vivió enamorado. Su muerte, se especula, fue lo que derivó en su entrega al opio.

A partir de entonces, continuaría escribiendo y reinventándose, engrosando su repertorio con obras como Orphée (1928) en la dramaturgia, L'Enfants Térrible (1929) en novela, y títulos del séptimo arte como Le sang d'un poète (1930).

EXPRESIÓN POLIVALENTE

El actor Jean Marais —quien luego de hacer un casting para la cinta L'éternel retour (1943) tendría una de las relaciones íntimas más largas con Cocteau— dijo en una entrevista que el autor de Le Livre blanc (novela, 1928), a pesar de nunca haber aprendido una nota de música en su vida, podía tocar cualquier cosa que le gustara. Pero solamente en do mayor.

A Cocteau le molestaba que lo encasillen, más allá de que el surrealismo era una cárcel imaginaria, odiaba ser señalado como excéntrico. Para la época quizás —formula el cineasta Alejandro Jodorowsky en otra entrevista— se concebía la idea de poeta solo como un hombre que escribía poesía, por eso era tan avant-garde todo lo que hacía, experimentando en cada una de las disciplinas artísticas. “No solo un pintor, no solo un bailarín, no solo un actor, no solo un cineasta, no solo un poeta, no solo un músico, sino todo. Cocteau fue lo que había sido Leonardo Da Vinci”, dijo el director de The Holy Mountain (1973).

En otra ocasión, Jean Cocteau, parado frente a su mesa de dibujo, volvería la mirada y pronunciaría: “Mi método de dibujo se asemeja mucho a la improvisación en el jazz. Improviso con líneas y con colores, colores que no pueden ver porque hoy no puedo usarlos —grababa un documental en blanco y negro—, como Charlie Parker improvisó con su saxofón”.

EL POETA Y EL CAMPEÓN

El destino panameño también se cruzaría en su camino cuando un joven de 5 pies y 11 pulgadas de alto llegó a París, casi en bancarrota pero vestido con un traje a la medida mandado a planchar en Londres —porque “era el único lugar donde lo hacían de verdad”—. Alfonso “Castaño”, Panama Al Brown, un boxeador negro, gay y panameño a finales de los años 20. El luchador cuyo mayor pecado fue tal vez ganarle a un blanco en Estados Unidos, sin entrenar, pasando los días previos a los combates sumergido en bares de Manhattan, tuvo un affair con Jean Cocteau, su mánager en Francia.

El erotismo homosexual es otro elemento que afloró con desenfado de las manos del francés. Así como Charlie Parker transformaba un soplido en armonía, Cocteau tiraba un trazo como si no planeara alzar la mano en ningún momento, solo curveando la línea dibujando perfiles y figuras masculinas.

“Hay un gran placer por descubrir en el dibujo —seguía diciendo frente a su mesa de dibujo—. Escribir es justo como dibujar, entrelazado de forma distinta. Y el dibujo es otro uso de la escritura. Cuando dibujo, escribo y tal vez cuando escribo, dibujo”.

Cocteau tenía una aproximación muy atípica hacia la literatura, muy genuina, decía que la real tragedia de la poesía radicaba en que es un privilegio de nacimiento aristocrático, y que todos los privilegios conducen directamente a la guillotina.

EXPLORACIÓN CONSTANTE

Fue hasta diseñador. Incursionó en este espectro artístico cuando presentó el dibujo Marianne, para la entonces nueva estampilla de 20 céntimos. “Encuentro esta estampilla un tanto convencional, pero —decía en tono lúdico— cuando uno es lamido por tantos no vale la pena ser tan singular, (es) para que ninguna (estampilla) sea lamida con disgusto”. Era un rostro con reminiscencias de la diosa Minerva, un delineado sencillo. Explicaba Cocteau la tituló así por ser el nombre de la esposa de un secretario del Club de la Revolución. “Se llamaba Marianne y la República se convirtió en Marianne. Así que debía ser retratada como la esposa de un secretario”. En una entrevista, la reportera le dice que “su Marianne” tenía un aire de juventud, a lo que Cocteau respondió —con una exhalante risa que se perdía entre su frase—: “Sí, una República debe ser joven por siempre”.

INSÓLITO ADIÓS

El 11 de octubre de 1963 Jean Cocteau recibiría una llamada. La mujer con la voz más impresionante de Francia, que hasta hoy paraliza el mundo cuando nos cuenta que la vida es rosa, había fallecido. La dimensión epistolar de Jean Cocteau, nada estéril en su repertorio artístico, lo impulsaría a confeccionar un obituario para el sepelio de Édith Piaf, pero un infarto de miocardio terminaría con la vida del vate, cerca de Fontainebleau. El hombre cuya obra parecía borrar la línea entre la técnica y la honestidad artística, exponiendo la piel más vulnerable de lo que hoy entendemos como obra. “Todo poeta es póstumo y por eso (...) le resulta tan difícil vivir”, decía.

SURREALISMO ETERNO

A más de medio siglo de su muerte, su obra sigue siendo objeto de estudio, para algunos novedad y para otros un constante redescubrimiento.

Imagen: Jean Cocteau (Poeta y artista francés)

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