viernes, 11 de septiembre de 2015

Los Saltos De Fe


“Al llegar a la punta de un mástil, la única opción que queda es dar un paso hacia el vacío”. Alejandro Jodorowsky.
                                                                                                       
Hace tiempo, vi una película protagonizada por Keanu Reeves y Patrick Swayze llamada “Punto de Quiebre” (Point Break), en donde hay una escena que me impactó: Los chicos malos de la historia, llevan secuestrado al héroe en una avioneta robada. Llegado a un punto, todos ellos saltan dejando a Keanu solo y sin paracaídas en el avión que ya iba en picada. Él no tiene otra alternativa que saltar al vacío, sin la menor idea de qué le va a ocurrir. Al ir cayendo como peso muerto, eso le permite alcanzar a uno de los villanos y se agarra fuertemente a su cintura. Forcejeo mediante, el paracaídas del malo se abre y  eso es lo que salva a ambos de una muerte segura.

En la vida hay muchas veces que nos pasa lo mismo, nos tenemos que “aventar sin paracaídas” sin saber que va a ocurrir después. Nos enfrentamos a situaciones que nos obligan a tomar medidas tan audaces y temerarias que un tercero creería que nos volvimos locos. Eso es un salto de fe. En este caso, la fe se refiere a que lo único que tenemos que tener bien claro, es saber a dónde queremos llegar, sin tener la menor idea de cómo lo vamos a lograr. Lo que sí es seguro es que algo tendremos que hacer, si no queremos acabar embarrados en el piso.

Tal como al personaje de la película, uno de los riesgos que presentan estos saltos, es que la desesperación nos puede orillar a agarrarnos de las personas equivocadas, y darnos cuenta muy tarde que ellos también van cayendo en picada sin paracaídas, lo que propicia que la caída de ambos sea más rápida.

Nuestro ego tiene pánico de los saltos de fe, porque no puede predecir con certeza qué es lo que pasa a continuación y sólo teme lo peor. Hemos aprendido que la incertidumbre es mala y que siempre debemos tomar los caminos que parezcan seguros, rectos y tranquilos. No obstante, eso nos lleva a permanecer eternamente en las zonas de confort, de las que hablábamos la semana pasada.

Ir en pos de nuestros sueños, implica arriesgarse y en más de una ocasión, tenemos que jugarnos el todo por el todo si de verdad queremos alcanzarlos. No es fácil hacerlo, sin embargo, el universo premia a quien no cesa de dirigirse hacia lo que quiere. Nunca estaremos exentos de fallas, pero esos actos son los que nos permitirán lograr cosas impensables para quien no se atreve a realizarlos.

Existen dos tipos de saltos de fe: los que voluntariamente eliges, preparas y más o menos calculas el riesgo, y los que la vida te coloca enfrente y no te queda más remedio que efectuarlos. Los primeros son fruto de crear un caos voluntariamente generado por nosotros mismos, que pasando de determinado punto, ya no controlamos. De alguna manera, las cosas se empiezan a acomodar mágicamente para beneficiarnos. Es como se ubica en la frase popular que dice que hay que “Quemar las naves” (histórica decisión de Hernán Cortés), aludiendo a que una vez que llegamos a tierra firme, eliminamos la única vía de regreso y de esa forma nos entregamos a los misteriosos brazos de la incertidumbre. Muy diferente sería entrar voluntariamente a un caos externo que no propiciamos. Los resultados ahí serían totalmente ambiguos, porque no hay un propósito personal de por medio.

Y luego están los saltos de fe obligatorios, de los que no tienes escapatoria y los tienes que hacer, quieras o no. De alguna manera, la vida te empuja a realizarlos sin importar tu consentimiento. Estos últimos son los que te obligan a aprender a confiar más en ti mismo que en las  circunstancias, forjan tu carácter y te dan la fortaleza que ni siquiera sospechabas que residía dentro de ti. La dócil oveja se convierte en león súbitamente.

Cuando la vida te coloque ante la disyuntiva de efectuar o no un salto de fe, tienes que recordar que es uno de los atajos más cortos para abandonar una zona de confort, y aunque aquel movimiento te lleve a lugares insospechados, muy probablemente sea tu propia esencia quien provocó la necesidad que te arrojes del avión sin paracaídas, para propiciar que aprendas algo que seguramente será un parte-aguas en la historia de tu crecimiento personal.

Rigo Vargas en el periódico “El Sol de León”  
Imagen: Parachute by Óscar Calafate

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